- Hola, jo, perdona – te dice mientras lidera con sus ojos una
disculpa -. Me he perdido buscando las palabras, digo… -rectifica rápido-, las
paradas. Las paradas, sí, eso.
Sabes que la rectificación es una puta excusa porque de sobra sabes
que ha venido andando. Odia el metro. Pero no te deja hacerle réplica.
- No te voy a hacer perder el tiempo. Sabes que hablar no se me da
muy bien -seguía mintiendo-, pero voy a intentar ser lo más transparente
posible -su concepto favorito. Te agarras a los pantalones, porque sabes que no
vienen curvas, pero sí un nudo en la garganta irreparable, irrepetible,
irresistible. Te ve la cara. Se la suda y prosigue.
- Sé que llevas años ahí, soportándome. Pero ha llegado un punto
en que no sé cómo comunicarme contigo, siento que estas ahí como una planta que
me escucha y crece lenta. Demasiado lenta. Pero es insuficiente. Creía que
floreceríamos de la mano. Pero nos dedicamos a ahogarnos entre tanto riego que
resultó ser tóxico. Perdimos la confianza.
Es verdad y es triste. Dejamos de atendernos hace mucho tiempo, si
es que alguna vez lo hicimos. Una rutina a ritmo de compulsiones marcaba el
compás de la vida; era lo único que nos unía. Por primera vez, en mucho tiempo,
la escucha era activa. Le das la razón, pero sólo en tu cabeza. Continúa
hablando.
- Me sentía en completa soledad. Física y emocionalmente. Quizá
siempre estuve así. Desde que te conocí, ese momento en que no supimos romper
el puto hielo y aún así seguimos patinando. Literalmente, casi. Con medias
verdades que nos llegaban por otros. Y hasta hoy, que no sé ni lo que somos.
A ti también te preocupaba y te preocupa. Las etiquetas nunca
fueron lo vuestro, pero eso no podía ser un escudo contra todo lo demás. Sabes
que pasados los 25 hay que dejarse de gilipolleces, apostar por lo que crees,
lo que quieres, ser… transparente. Mientras construyes un relato paralelo, el
soliloquio continúa.
- Aunque intentáramos engañarnos, haciéndonos creer que estábamos creando
nuestro hogar. Un puto hogar de paja que estuvimos a punto de quemar con más de
una colilla. Y aún así no lo hicimos. Fue el puto viento, contra todo pronóstico,
en un caluroso y quieto día de verano. Tú no estabas en casa, pero se llevó todo mi vacío por delante; me subió a un puto monte y desde allí lo vi todo claro. Te
vi, ausente. Y lo entendí todo. Siempre fue una cuestión de percepción. Y,
aunque tardara lustros, para mi suerte esta vez no fallé.
Pero sabes que tú sí. Sabes que tú si fallaste. Au(n)s(i)ente. Sabes
que sólo hay una solución posible. Entonces, por fin, te decides a hablar.
- Cállate de una puta vez. Sé que no he estado ahí lo suficiente.
Que ni siquiera sabías qué coño éramos y que hasta cierto punto nos daba igual.
La has puto cagado, por intentar hacerte creer que estaría ahí para ti,
siempre. La has puto cagado por llamar al viento y aliarte con él como excusa.
La has puto cagado por creer incluso que patinábamos en la misma pista de
hielo. Nunca hicimos nada de eso. Nunca estuvimos al lado. Nunca.
Su boca se cierra. Sus ojos también. Baja la mirada, esquiva. Sabe
que llevas razón y es lo que más le jode. Lleva toda su puta vida buscando
excusas entre las palabras, entre tus libros y el whiskey caro. Pero nunca supo
que para encontrarte tenía que ir más allá de la artificialidad.
El puto nudo en la garganta, el nudo irreparable, irrepetible,
irresistible, se rompe. Empieza a llorar delante de ti. Le has abierto las
puertas del infierno. Pero esta vez, vas a estar a su lado. Como nunca. Nunca
mejor dicho.
Desde fuera, la dueña del Shabby miraba divertida la escena entre L.U.T
. y la Srta. Niemand en la que había sido la noche más larga que recordaba hasta
la fecha dentro del garito nocturno más casposo de la capital. Todo el mundo se
había ido. Se acercó a ellas, con una fregona tan empringada de orín como de
legía, mientras sonaba la canción de cierre.
- Bonitas, tengo que cerrar -se limitó a decir, con cierta burla.
La Srta. Niemand alzó la cabeza, por fin y la escupió con la mirada.
L.U.T. sonrió involuntariamente. Se levantó, la agarró de la cintura como nunca
nadie lo había hecho y se la llevó a casa. Estaban juntas. En las puertas del
infierno. Pero juntas, por primera vez en la puta vida.