Ms. Niemand tenía menos necesidad de hablar cada día.
Cada minuto.
Los segundos,
los dedicaba a ahogarse.
Lo hacía poco,
lo de hablar.
Y cuando lo hacía, escogía
cada palabra.
Cada minuto.
De cualquier canción.
Ms. Niemand se tenía a sí misma
y se escuchaba cada día.
Solía decirse que al final todo sale,
pero ella necesita poner punto y final a los peros.
Solía engañarse.
De verdad, se mentía.
Y ni aún así lo conseguí ah.
Ms. Niemand era de esas
egoístas retraídas sociópatas mudas introvertidas insolentes transparentes irreverentes amantes
de las riendas
de una yegua
sin domar.
Por la seguridad
de lo incierto.
Y no le asusta llorar y despeñarse.
Le asusta la gente hipócrita.
Y no le asusta la anhedonia,
involuntaria indiferencia.
Le asusta la indiferencia voluntaria,
mal justificada, mal construida.
Y si cierro los ojos,
veo a Ms. Niemand
con un vestido azul de los años 70
estampado, con flores, de color salmón y blancas
en un claro, enorme,
lleno de verde, cebada que crece,
al lado de una casa destruida
sentada en el suelo
al lado de un perro
que se llama Hadouken
frente a una máquina de
escribir
sin papel.
Y se llama Libertad.
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